lunes, 9 de mayo de 2011

Laberinto

Oscuridad, solo esa palabra se encontraba en su mente. A su alrededor solo se encontraba oscuridad.
Dio un paso hacia enfrente y como por arte de magia se encendieron miles de antorchas que se encontraban en las paredes. Se encontraba en un pasillo largo… tan largo que a pesar de estar alumbrado, no lograba ver el final. Tanto las paredes como el suelo estaban hechos de piedra perfectamente pulida sintiéndose extremadamente suave al contacto con los dedos. Miró hacia el cielo, no lo logró ver, pues las antorchas lograban alumbrar hasta los marcos de las miles de puertas que se encontraban en el corredor.
Caminó de manera insegura, esperando que de pronto cambiara su escenario, pero no fue así, logró llegar hasta una de las puertas, todas eran iguales: blancas y con una perilla ovalada del mismo color sin cerradura.
Trató de abrir varias, pero todas estaban cerradas, cuando estaba a punto de rendirse y sentarse a uno de los costados, la puerta que estaba forcejeando se abrió.
 Nunca imaginó que en su interior se encontraría con un bosque, tenía altos árboles frondosos , en el suelo se encontraban una gran variedad de arbustos y flores de todos los tamaños y colores, se lograba escuchar con claridad el sonido del canto de los pájaros y el rápido correr del agua del río que cruzaba por el bosque.
Frunció el seño… no le hacía mucha gracia adentrarse en ese bosque, no era que no le gustara, si no que pensó que si ya estaba perdida, al vagar por el bosque llegaría el momento en que oscurecería y con la ida del sol, aparecería  la humedad y el frío y que por lo menos el lugar donde se encontraba, que no tenía idea donde era, estaba agradablemente templado. Dejó abierta la puerta y cogió la antorcha que se encontraba a su costado, decidió que si no lograba abrir otra puerta, no le quedaría otra más que adentrarse en el bosque.
 Siguió caminando por el largo y angosto corredor, luego de unos minutos logró abrir otra de las puertas. Era una hermosa habitación, entraba escasamente la luz por las ventanas cubiertas con una densa capa de polvo. Quedó estática en el umbral de la puerta…sintió como su pulso se aceleraba ante la majestuosa alcoba y sin siquiera pensarlo entro en ella.
 A pesar de que se encontraba abandonada, se lograba vislumbrar su majestuosidad en sus tiempos de gloria. En el centro de la habitación se encontraba una gran cama de bronce con dosel, de su techo color lila caían las cortinas de tul  por los costados dejando ver el centro las mantas que llevaba los mismos tonos. Enfrente de la cama se hallaba un tocador color blanco con un espejo de tres cuerpos, en el se encontraba un peine de marfil y un hermoso cepillo ovalado con fuertes y gruesas cerdas y en el otro lado tenía un pequeño espejo, al otro costado del mesón, se encontraban unas trabas con distintas piedras de colores. Su respiración se cortó por unos segundos, en los que le pareció recordar esos broches en su largo y ondulado cabello.
No se dio cuenta en el momento en que los tomó y los acariciaba entre sus dedos con un dejo de nostalgia, al percatarse de eso, los soltó rápidamente como si de fuego se tratara, dando unos pasos hacia tras. Tropezó con una pequeña mesa, era redonda y le extrañó que fuera  de madera; sobre la su superficie había un gran candelabro de plata lleno de telas de araña y cubierto de polvo con velas a medio consumir. Quedó hipnotizada por aquel aparato, la luz que apenas lograba penetrar le daba un aire de misticismo, las motas de polvo revoloteaban por el aire, pero al acercarse al candelabro estas desviaban su trayectoria, rodeándolo, ninguna, absolutamente ninguna caía sobre el.
No lo resistió y lo tomó por la base. Ante el contacto con el frío y pesado metal, lo suelta de manera repentina estrellándose en el suelo generando un ruido ensordecedor, como si se estrellara el metal en una superficie indestructible, rompiéndolo en miles de fragmentos.